Crust&Beer

Y el pan, Maestro, y el pan…

En ocasiones uno está tan convencido de que lo que pretende hacer lo llevará a cabo que no se da cuenta que, en algún rincón de su perversa mente, se está gestando una trama que impedirá que sus planes salgan como pretendía. Hace media hora no hubiera dudado que esta primera entrada mía que estáis leyendo sería un acercamiento personal a un país, Portugal, através de uno de sus panes. Una entrada con fados, café y una cierta saudade como telón de fondo. Pero no siempre los planes salen como uno quiere (tampoco es obligatorio) y hay personas (tal cual yo) a las que ya les parece un poco absurdo proponerse seguir un camino marcado. Es martes, quiero terminar la entrada y Portugal y el pan alentejano están a mi izquierda, emborronados en unos folios que antes eran blancos y que me disponía a transcribir en este portátil al que cada vez le roba más teclas Sofía. He entrado en el horno dos panes muy sencillos y de repente me llega el olor. Me llega el olor y con él los recuerdos, no los de infancia, ni los de mi abuela, tía o vecina horneando pan del de antes. No es el caso. Me llega el recuerdo del porqué…. Por qué alguien como yo, ajeno a este mundo y procedente de otros sensiblemente distintos, decide un día hacer pan ¿ Qué pasa en ese momento por mi cabeza? ¿ qué me impulsa a encender el horno y meter aquellas porciones de masa dentro? Huelo lo que el horno me ofrece y decido inmediatamente dejar para otro momento Portugal, Pessoa y el olor del pan en las calles de Elvas, cuando hace años salía de trabajar. En este momento doy con la respuesta.
No soy panadero. Soy músico, coleccionista de muñecos, profesor y supongo que alguna cosa más en la que ahora no caigo. Con cualquiera de estas actividades me siento en casa, me divierten y me apasionan por igual. A ellas vuelvo y de ellas huyo intermitentemente. Todas necesarias. Nunca he dado nada por hecho y tampoco he jugado a predecir qué sería de mi en un futuro más cercano o allá, más a lo lejos, si bien es verdad que no podía esperar (ni yo ni quienes me acompañan) que a esas pasiones uniera, desde hace unos años, otra más: hacer pan. Algo en apariencia tan distinto a lo que había hecho en mis vidas anteriores de pronto se convierte en una actividad capaz de conmoverme, de sorprenderme, y de asombrarme tanto como leer por enésima vez alguna página de Rayuela, poner la Cuarta de Brahms o abrir alguna caja de clicks.. ¿Exagerado? Si, muchísimo, sin duda. Pero es la pura verdad. Me acerco a la harina cuando es necesario hacerlo (a la manera de Ortega). Me acerco a la harina como a Bach, cuando no puedo no hacerlo. Al pensar en esta aventura me surgieron muchas preguntas y dudas. ¿Qué puedo aportar en este mundo panarra en el que hay tanta bibliografía, tanto blog tan bien escrito y del que yo bebo tan a menudo? ¿Voy a hablar de procesos fermentativos, temperaturas de las masas, conducción del calor…? No, imposible, ni lo pretendo, ni lo esperéis de mis entradas, es imposible por mucho que el pan haya despertado en mí una cierta curiosidad científica. Sólo puedo aportar la visión de alguien que un día decide hacer pan, así, sin más, fruto de sus  motivaciones o de sus necesidades y lo voy a intentar contar de la mejor manera que pueda. Una visión que podría ser la de cualquiera de los que ahora estén leyendo esto que escribo y con las que,seguro, hay situaciones muy parecidas.
Acabo de sacar del horno mis dos panes. Uno redondo y el otro alargado. Bonitos (está bien que yo lo diga) pero nada asombrosos. Son mis dos panes del día y son muy especiales porque  han traído a mi memoria el porqué de todo esto (seguro que si buscamos, todos tenemos un porqué…y todos valen todo). Son grandes panes que han hecho que deje de lado una entrada muy currada sobre pan portugués. Son dos panes que me han recordado los días en los que Rizos estaba embarazada, en los que esperábamos a Sofía con ansia, con ilusión, con ganas de empezar el mejor de nuestros proyectos juntos. Son panes que me han recordado porqué un día decidí hacer aquellos bollos. Hoy lo tengo claro. Fue mi ofrenda, mi acto de agradecimiento a ellas dos. Fue mi mejor forma de decir te quiero.
Os dejo con mis dos panes que hoy son mis recuerdos y toda mi aportación en esta primera entrada. Antes de apagar el ordenador una frase acaba de cruzarse entre mis dedos y el olor a pan.
G.B. Shaw dijo en su momento: la risa es la distancia más corta entre dos personas. Aunque a los grandes no hay que tocarles una sola coma, nosotros podríamos añadir: y el pan, maestro y el pan…

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16 comentarios en «Y el pan, Maestro, y el pan…»

  1. Gusete

    Vaya, como si la parte emocional de esta vaina no fuese importante. Y ahí si que faltan blogs y entradas, superada la catarsis inicial de encontrarnos ante el bol y la harina, semimecanizados los movimientos, generados los mantras mentales del mientras tanto, aprendidas las lecciones de enlaces y humedades… Nos falta la más importante, la de expresar todo lo que evoca, todo lo que provoca. Solo te digo que yo se que mi padre, que descansa en un bonito lugar hace ya más de 20 años, se emocionaría al probar mis brioches, y era un aragonés duro el jodido. A partir de ahí, tantas cosas que contar… Y muchas veces no se cómo hacerlo…
    Enhorabuena y gracias.

  2. jordi

    Soy como tantos otros, en la sombra, Rogeliano. Es una constelación lejana, pero con la sustancia de la tierra…. Que gran post!… insuperable!…
    «de almendro de nata te requiero,:
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    comPANñero del alma, comPANñero»

  3. Chelo

    “Sólo puedo aportar la visión de alguien que un día decide hacer pan” ¿Te parece poco? A mí no, los que amamos el pan, el buen pan, gustamos de leer la visión más íntima del proceso, el porqué, el para quién. Te sigo, me ha llegado.

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